David Huerga Arquitecto

El alma de los proyectos y la luz que se apaga

Hace unos días regresé a un restaurante en el que no entraba desde hacía años. Lo abrió mi amigo Santiago, poco después de asociarse con Antonio, un empresario con varios negocios de hostelería en el mismo pueblo. El local tenía historia: durante décadas fue un clásico del lugar, un restaurante de familia, hasta que cerró cuando el dueño original se jubiló. Santiago y Antonio decidieron darle una nueva vida.

Encargaron un proyecto de arquitectura y diseño de interiores, y el resultado fue impecable: un equilibrio muy fino entre lo contemporáneo y lo vernáculo. Se respetaba el alma del sitio, pero se hablaba en un lenguaje nuevo, lleno de texturas, matices, detalles cuidados. Me llamó especialmente la atención la iluminación: cálida, casi íntima, con acentos que acompañaban el relato de cada rincón.

Recuerdo también las pequeñas sorpresas: un puesto de productos locales, un expositor de helados, distintas atmósferas en un solo espacio, menaje escogido, baños impolutos donde uno encontraba toallitas de tela, jaboneras integradas, colonias para el cliente.

Aquello no era solo un restaurante. Era una declaración de intenciones.

Proyectos de arquitectura y diseño de interiores

El tiempo y las cicatrices

Pasaron los años. El negocio fue creciendo. Llegaron los eventos, las celebraciones, el boca a boca. Pero como en tantas historias, empezaron a aflorar pequeñas señales: el mobiliario mostraba cicatrices sin atender, algún azulejo roto en el baño, las jaboneras dejaron de rellenarse y fueron sustituidas por dispensadores de supermercado. Las cosas ya no se reparaban: se parcheaban o, directamente, se ignoraban.

Y luego, como suele ocurrir, vinieron las bombillas.

Cuando se funde la luz original

La iluminación —aquella que había sido pensada como una caricia para la arquitectura— empezó a desaparecer. Cuando se fundían las lámparas, alguien llamaba a un electricista que instalaba luminarias estándar, sin criterio, sin alma. Las originales quedaban colgadas, mudas, desplazadas. El nuevo foco emitía una luz blanca, intensa, demasiado fría. Era barata, rápida y funcional. Como tantas soluciones que no vienen del diseño, sino de la urgencia.

Un equilibrio arquitectónico muy fino entre lo contemporáneo y lo vernáculo

El giro práctico

Tiempo después, Santiago se alejó del proyecto por motivos personales. Antonio asumió el control total y, con la lógica del gestor experimentado, reorganizó la operación: mantuvo el producto —sabía que era sólido— y eliminó todo lo accesorio. Lo ornamental, lo comercial, lo estético. Delegó la gerencia en alguien de su confianza y el negocio siguió su curso. Funcional. Operativo. Rentable.

Pero algo se perdió.

Lo que antes era un lugar con historia se convirtió en un espacio con pasado.
Y no es lo mismo.

Diseño de Arquitectura de Exteriores

Epílogo

Como los templos de una civilización extinta

Lo que queda hoy es una arquitectura algo deslucida, como si el barniz de la ilusión se hubiera ido desgastando. Pero ahí está: los elementos, las proporciones, los ecos de lo que fue. Como los templos de una civilización extinta que, aun en ruinas, dejan entrever el orden, la belleza, el sueño de quienes los erigieron.

No es una crítica, es una constatación.

Los proyectos nacen con emoción, pero sobreviven con estructura. Y en ese tránsito, muchos pierden el alma por el camino. Pero a veces basta poco —una bombilla bien elegida, una jabonera recuperada, una toallita de tela repuesta— para recordar que un espacio, como una idea, puede envejecer… sin dejar de emocionar.

Diseño de arquitectura de interiores